lunes, 12 de abril de 2010

El fenómeno de las bandas que nacen, crecen, triunfan y mueren

El rock under argentino nació en la década del 90, como una forma de expresión musical ligada, puntualmente, a los jóvenes de los sectores medios y medios bajos que, castigados por las crisis económicas que precedieron al golpe militar de 1976, encontraron cerradas las puertas no sólo para completar los estudios básicos y comenzar los universitarios sino, también, para insertarse en el mercado laboral de su país.
Laura Cambra, en su libro Callejeros en primera persona, comenta que, mientras los estratos más bajos se identificaron con la música tropical y, más específicamente con la cumbia villera, el rock del barrio, representado en bandas algo improvisadas, con recursos estéticos y musicales restringidos, se instaló como el preferido de los sectores medios y medios bajos. Así se inició un movimiento que rescata la expresividad barrial y da cuenta de la problemática diaria, reflejando la decepción por la falta de expectativas.
El podio que ocupaban los grandes artistas post dictadura, incorporó entre sus filas a Sumo, Soda Stereo, Viejas Locas, Divididos, La Renga y Los Piojos. Todas fueron favorecidas por el abaratamiento en los costos de la producción musical en los últimos años del siglo XX. Sin duda, el acelerado triunfo de estos grupos, hasta entonces desconocidos, multiplicó la aparición de nuevas bandas.





Según un estudio realizado en el 2006 por el programa radial de rock Clase Media, que transmite todos los días por la FM Patricios 95.5, había entre tres o cuatro grupos musicales por cada manzana de Buenos Aires. Federico Roveda, conductor del magazine informativo con tendencia rockera, indica que, en 2008, ese número asciende a cinco o seis bandas por cada bloque de 10 mil metros cuadrados. En el pedestal de los grupos más reconocidos, no hay lugar para todos y la perseverancia es un factor clave para triunfar.
“Uno tiene que creer en el proyecto que lleva adelante, tener cierto potencial musical, jugar constantemente con los medios de difusión, pintar todas las paredes de Capital Federal y la Provincia de Buenos Aires, tocar mucho y hacerse escuchar. Después, si lo que hacemos le llega a la gente o no, es algo que no se puede predecir”, explica Alejandro Mondelo, tecladista de Las Pastillas del Abuelo, una reconocida banda que, luego de tocar en el circuito del under por tres años, se consagró en 2008, cuando se presentaron ante 8500 personas en el estadio Luna Park.



Según los músicos, el camino al éxito es largo y, muchas veces, frustrante. Los primeros recitales son los más difíciles de afrontar porque, por un lado, los grupos carecen de un público fijo más allá de sus familias y amigos pero, por otro, son necesarios para tomar ritmo y generar pequeñas repercusiones. Compartiendo el escenario con bandas consagradas y con otros grupos musicales en crecimiento, logran reunir 100 espectadores, y así producen el primer quiebre en su carrera. Superar esa marca es cuestión de tiempo y, principalmente, de respetar la honestidad y la magia que convoca a los seguidores. Las bandas chicas producen, de manera artesanal, todo lo relacionado a la difusión. Circulan alejados de los grandes medios de comunicación y la relación que tienen con las personas que asisten a sus shows es extremadamente cercana. Los recitales son un ritual donde la energía que sube del campo al escenario baja con la misma intensidad de los músicos al público.
“Nosotros, arriba del escenario – continúa Alejandro- somos los mismos que abajo”. A su vez, Pablo Castro, cantante de La de Mora Rock, una banda en crecimiento que convoca, aproximadamente, 200 personas por recital, remata: “La posta es hacer lo que a vos te gusta, eso es ser honesto. Si genera repercusión, buenísimo y, si no genera nada, también es bueno. Al fin y al cabo, es una forma de expresión, de liberarse”.
Cuando un grupo musical alcanza picos en su crecimiento, la situación se vuelve peligrosa. Muchas veces, el mismo público que lo hace crecer, lo condena por ceder ante la presión de las grandes productoras musicales, por participar de festivales multitudinarios colmados de publicidad o por perder los códigos que manejaban cuando tocaban para menos personas. “La cuestión pasa por ser fiel a vos mismo. Si lo que hacés le gusta a la gente, no hay que renegar de eso. Nadie graba un disco para no venderlo”, dispara Pablo.



La línea es muy delgada e incluso se discute si, al momento de que el grupo brinca al estrellato, sigue perteneciendo al rock under.
Pero el momento de transición entre el anonimato y el reconocimiento popular, puede no tener fin. En ese lapso de tiempo, las bandas luchan, principalmente, con los problemas económicos. En el circuito subterráneo del rock todo consiste en la autogestión. Los músicos pagan desde los equipos hasta los lugares para pagar y, muchas veces, se encuentran atrapados entre la necesidad de tocar y la cantidad de dinero suficiente. “Lo peor que le puede pasar a una banda under- explica Pablo Castro- es la plata que le quieren sacar por tocar en lugares conocidos del ambiente. Ahí, te piden que vendas una determinada cantidad de entradas, que tu gente llene el local, que consuma algo adentro y, además, tenés que poner 400 pesos arriba de la mesa para tocar media hora”. Por otro lado, Alejandro Mondelo vislumbra una solución: “Las bandas se tienen que proponer no pagar para tocar. Yo estoy súper convencido de que si esto lo hacen todos los grupos, desde el más chico hasta el más reconocido, va a llegar un momento en que te van a empezar a pagar para tocar. La otra alternativa es tocar gratis en lugares públicos, pero es muchísimo más difícil”.
Luego del incendio en el boliche República de Cromañon, la tragedia no natural más grande de la historia argentina, se cerraron incontables lugares que las bandas podían conseguir a bajos precios y, sobre todo, administrados por personas interesados en el desarrollo musical del under. Entonces, los pocos lugares habilitados fueron monopolizados por unos pocos. Sin embargo, a cuatro años de aquella noche de diciembre que se llevó con el amanecer 188 vidas, Mondelo asegura: “Ahora, todo se esta reactivando lentamente. Volvieron los lugares chicos y no es todo blanco o negro. Ya no es más una plaza pública o el Pepsi Music.”


Del anonimato a la fama en primera persona

Lucas Sedler nació en mayo de 1981 y en el 2000, con apenas 19 años, por recomendación de su profesor Miguel Villanova, un reconocido músico argentino, se convirtió en el guitarrista más joven que tubo la banda de blues local Memphis La Blusera. Similar al salto que dan las bandas under desde el anonimato hasta el reconocimiento popular, el artista adolescente vivió los cambios en primera persona.

-A Partir del momento en que entras a Memphis, ¿Qué cosas cambiaron?
-Principalmente la cotidianeidad. La banda constituía el 80 por ciento de mi vida y tenía complicaciones tanto para programar unas vacaciones como para salir con una mina. Y, por otro lado, en el aspecto económico y profesional se acercaba bastante a mi idea del sueño realizado
-¿Tenías idea del camino que empezabas a recorrer?
-No. Yo era un retoño saliendo de la secundaria y, cuando sos adolescente, el trato con lo vocacional es muy lúdico. La edad me hizo disfrutar las cosas sin reparar en que era un cambio gigantesco.
-¿Cómo manejaste el tema de la fama?
-Tuve que lidiar con ella en una escala muy reducida. Tan reducida que no me molestaba porque, en pequeñas dosis, es agradable. Pero siempre me pasó como un fenómeno post show, en los días que le seguían al recital.

Belisario Sangiorgio

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